Agradezco al profesor Francisco Blanco que me haya
ofrecido escribir el prólogo a su libro La
economía socialdemócrata. Crisis y globalización.
El titulo refleja plenamente la
pertinencia de la obra, puesto que hacer frente a las nuevas condiciones
políticas y económicas impuestas por la globalización es el mayor desafío al
que se enfrentan la socialdemocracia en general y las sociedades europeas en
particular.
En realidad la socialdemocracia es un
invento europeo y es en Europa donde se ha desarrollado con mayor extensión y
eficacia. Podríamos decir que, con excepciones, la socialdemocracia es una
particularidad europea en un mundo dominado por regímenes con distinto grado de
autoritarismo político por una parte y de liberalismo económico por otra, o por
una combinación de ambos. Y que el declive de la socialdemocracia va unido al
declive de Europa como potencia hegemónica que ha conformado el orden mundial.
Ni en EE.UU. ni por supuesto en Rusia ni en China, ni en los países emergentes
del sudeste asiático, ni en los países latinoamericanos, ni en los africanos,
existe una tradición socialdemócrata como forma de combinar progreso económico,
solidaridad social y libertades políticas. Y esa es, como muy bien explica Blanco, la esencia de la socialdemocracia.
La lectura de este denso y sugerente
libro me ha retrotraído a la época, ya lejana, de las elecciones primarias en
el PSOE de 1998. Durante mi campaña en esas elecciones, que más valdría llamar
“internas” que “primarias”, insistí en la necesidad de distinguir los derechos de las mercancías. El mercado, decía 15 años atrás, es capaz de producir
mercancías de forma eficiente tanto más cuanto más se someta a los principios
de la competencia. Pero no sabe
administrar derechos. Y no sabe porque esa no es su función, no está diseñado
para ello. El objetivo del mercado no es satisfacer necesidades. El mercado
satisface demandas sólo en la medida en la que éstas sean solventes. Y sin
discernir si estas demandas reflejan necesidades básicas, más o menos perentorias
a nivel individual o socialmente útiles.
La línea de división entre la socialdemocracia y otros sistemas de organización política pasa por dónde diferenciamos los derechos de las mercancías. Para la socialdemocracia la salud, la educación, la protección frente a los grandes riesgos de la vida no son mercancías, sino derechos del ser humano y la organización social debe hacer efectivos esos derechos.
El que sean derechos no quiere decir que
sean gratuitos. Al contrario, convertirlos en realidades, y no en meras
declaraciones retoricas, tiene un coste y la esencia de la socialdemocracia es
conseguir cubrir ese coste mediante una distribución justa de la riqueza
utilizando el poder coercitivo de los poderes públicos que se expresa
fundamentalmente a través del arma fiscal.
Y, como nos advierte el profesor Blanco,
la globalización ha puesto en cuestión la posibilidad de ejercer ese poder
coercitivo del Estado porque ha disociado el ámbito de lo económico, que no
tiene ya fronteras, del ámbito de lo político que se sigue ejerciendo en el
marco del Estado nación, con algunas excepciones parciales como la que
representa la Unión Europea. Y aun así, ésta se ha organizado fundamentalmente
desde una óptica liberal y librecambista que da prioridad a la competencia
frente a la cooperación, sin haber evitado el
recurso al dumping fiscal y social.
El libro representa un profundo análisis
de estas cuestiones y por eso su lectura ha sido para mí una satisfacción
intelectual. Escribir este prólogo ha representado un estimulante reencuentro
con los debates en torno a los límites de la libertad individual y la
solidaridad colectiva.
En sus apenas doscientas páginas Blanco
consigue presentar un ameno paseo por la evolución histórica de este debate
fundamental, empezando por la obra de Locke “Dos Tratados sobre el gobierno
civil”, que se anticipa 80 años a la “Investigación sobre las naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith (1776) considerada como la
biblia del liberalismo económico, olvidando los elementos de pura
socialdemocracia expuestos por el mismo autor. Y terminando con las reflexiones
de Stiglitz sobre la actual crisis y de
Wilkinson y Pickett sobre los devastadores efectos de la creciente desigualdad
en las sociedades desarrolladas.
Entre ellos nos ofrece esclarecedoras
reflexiones, recurriendo en ocasiones a una selección especialmente relevante
de sus propios textos, de los autores que han participado en el debate en torno
a las distintas formas de organización social y en el nacimiento de la
socialdemocracia como forma de combinar la eficacia productiva del mercado con
las exigencias de justicia social satisfechas desde la intervención del poder
político. Por las explicaciones del profesor Blanco aparecen, además de los ya
mencionados autores, algunos muy conocidos y otros no tanto, como Arrow,
Bentham, Beveridge, Berstein, Buchanan, Berlin ,Coase, Downs, Dohl, Friedman,
Hayeck, Jevons, Lasalle, Mandeville, Mill (especialmente interesante una larga
cita de éste en contra de la injusticia en la distribución de la renta),
Nozick, Pareto, Pigou, Rawls, Samuelson, Sen, Schumpeter, Von Mises, Wolff,
Walras, Wicksell, etc…
Es difícil introducir las reflexiones de
tantos autores de forma amena y sin caer en un academicismo estéril ni en un
fácil ejercicio de erudición. El profesor Blanco consigue este mérito poco frecuente en su libro.
El autor hace una muy interesante
descripción de los fallos del mercado que justifican la acción correctora del
Estado. Pero no cae en la complacencia de creer que ésta esté a su vez exenta
de riesgos y nos hace un análisis igualmente interesante de los fallos de la acción pública. Así nos advierte
de que si “por razones ideológicas abrazamos sin recelo la utopía del
gobernante omnisciente y bien intencionado, negándonos a reconocer las
dificultades de la acción colectiva, estaremos condenando el Estado social y
democrático a un fracaso tan seguro como el de las economías planificadas”. En
nuestra realidad reciente e inmediata tenemos buenos ejemplos de lo que
representa este riesgo.
Blanco persigue con su libro una gran
ambición. La de demostrar que las políticas socialdemócratas son las más
adecuadas no solo para repartir la riqueza sino también para crearla. El modelo
socialdemócrata sería pues preferible al neoliberal desde el punto de vista de
la eficacia tanto como desde el de la equidad, y no sería necesario apelar a
razones éticas de “justicia social” para justificar la existencia y la
intervención del Estado como agente económico.
Apoyándose en datos estremecedores sobre
la pobreza en el mundo y la intolerable, y creciente, desigualdad, el profesor
Blanco se plantea si el derecho a la propiedad privada es un derecho superior
al de la educación, la salud o la alimentación. Una cuestión especialmente
relevante cuando el desarme fiscal en el que han incurrido todos los gobiernos
se combina con que en la UE el 9 % de la población, 43 millones de personas,
sufran privaciones materiales severas. Un dato que sin duda está empeorado con
la crisis.
Al analizar esta cuestión, el autor
concluye que es establecimiento de impuestos sobre el patrimonio y las herencias
son formas razonables de limitar el derecho a la propiedad en beneficio del
conjunto de la sociedad, reducir las desigualdades y de estimular el uso eficiente de los
factores de producción. Una reflexión relevante en un país donde un gobierno
socialista suprimió el impuesto sobre el patrimonio en vísperas de la mayor
crisis económica de la democracia y varios gobiernos regionales han suprimido
el impuesto sobre sucesiones.
Una idea central del libro del profesor
Blanco es que la igualdad y la justicia social deben ser defendidas no solo por
razones éticas sino también desde la eficiencia económica y el interés
individual. Las referencias al trabajo de Wilkinson y Pickett sobre porque la
igualdad es buena para todos y que las sociedades más igualitarias son también
las que tienen una mayor calidad de vida, son especialmente interesantes para
hacer frente a la tesis de que una mayor equidad solo se consigue en detrimento
de la eficacia productiva
El libro no se limita a un análisis
histórico/conceptual como la profusión de los autores referenciados haría
temer. Por el contrario entra en el análisis de problemas de nuestro tiempo
desde el fracaso en la lucha contra el cambio climático hasta el papel de las
agencias de notación en la actual crisis financiera y del euro.
Pero donde más relevante es el análisis
del autor es en los efectos de la globalización sobre las políticas
socialdemócratas. El profesor Blanco no advierte de que la pérdida de poder de
los Estados nacionales limita su capacidad de aplicar esas políticas. La
competitividad que se exige a las economías desarrolladas no es compatible con
la pervivencia del Estado social si la competencia se produce con sistemas
fiscales, sociales y ambientales radicalmente distintos. Las empresas deben
competir en igualdad de condiciones pero la globalización ha hecho que los que
en realidad han entrado en competencia sean los propios sistemas sociales. Las
importantes implicaciones de este asunto hacen sin duda que el análisis de esa
“batalla desigual” entre el Estado y el capital globalizado merezca ser
continuado en algún trabajo posterior. Sin embargo el libro tiene el valor de
reconocer que “resignada en su impotencia, la socialdemocracia se ha adaptado a
ese nuevo escenario en vez de enfrentarlo, y así ha confundido a su electorado
y perdido progresivamente apoyo político entre las clases populares”.
Comparto plenamente su crítica a lo que represento al tercera vía de Blair y
su tesis de que la pervivencia de la socialdemocracia en un mundo globalizado
pasa por que la autoridad, el poder de coacción, perdida por los Estados sea
reemplazada por nuevas autoridades globales. Es decir, por hacer coincidir de
nuevo el espacio de la economía con el de la
política. Porque sin una autoridad eficiente que corrija los fallos del
mercado no es posible, como concluye el profesor Blanco, ni la cooperación
eficaz, ni la estabilidad, ni la redistribución que construye la igualdad.
Bienvenido sea pues este libro,
perfectamente adecuado al difícil momento que vivimos, escrito desde el rigor
intelectual y el compromiso político, ambas cosas no deberían ser
incompatibles, de quien aúna su condición de profesor universitario con el de
ciudadano comprometido con la acción política.
Josep
Borrell
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