viernes, 4 de abril de 2014

Prólogo de Josep Borrell


           Agradezco al profesor Francisco Blanco que me haya ofrecido escribir el prólogo a su libro La economía socialdemócrata. Crisis y globalización.
El titulo refleja plenamente la pertinencia de la obra, puesto que hacer frente a las nuevas condiciones políticas y económicas impuestas por la globalización es el mayor desafío al que se enfrentan la socialdemocracia en general y las sociedades europeas en particular.
En realidad la socialdemocracia es un invento europeo y es en Europa donde se ha desarrollado con mayor extensión y eficacia. Podríamos decir que, con excepciones, la socialdemocracia es una particularidad europea en un mundo dominado por regímenes con distinto grado de autoritarismo político por una parte y de liberalismo económico por otra, o por una combinación de ambos. Y que el declive de la socialdemocracia va unido al declive de Europa como potencia hegemónica que ha conformado el orden mundial. Ni en EE.UU. ni por supuesto en Rusia ni en China, ni en los países emergentes del sudeste asiático, ni en los países latinoamericanos, ni en los africanos, existe una tradición socialdemócrata como forma de combinar progreso económico, solidaridad social y libertades políticas. Y esa es, como muy bien explica  Blanco, la esencia de la socialdemocracia.
La lectura de este denso y sugerente libro me ha retrotraído a la época, ya lejana, de las elecciones primarias en el PSOE de 1998. Durante mi campaña en esas elecciones, que más valdría llamar “internas” que “primarias”, insistí en la necesidad de distinguir los derechos de las mercancías. El mercado, decía 15 años atrás, es capaz de producir mercancías de forma eficiente tanto más cuanto más se someta a los principios de la competencia.  Pero no sabe administrar derechos. Y no sabe porque esa no es su función, no está diseñado para ello. El objetivo del mercado no es satisfacer necesidades. El mercado satisface demandas sólo en la medida en la que éstas sean solventes. Y sin discernir si estas demandas reflejan necesidades básicas, más o menos perentorias a nivel individual o socialmente útiles.

La línea de división entre la socialdemocracia y otros sistemas de organización política pasa por dónde diferenciamos los derechos de las mercancías. Para la socialdemocracia la salud, la educación, la protección frente a los grandes riesgos de la vida no son mercancías, sino derechos del ser humano y la organización social debe hacer efectivos esos derechos.
El que sean derechos no quiere decir que sean gratuitos. Al contrario, convertirlos en realidades, y no en meras declaraciones retoricas, tiene un coste y la esencia de la socialdemocracia es conseguir cubrir ese coste mediante una distribución justa de la riqueza utilizando el poder coercitivo de los poderes públicos que se expresa fundamentalmente a través del arma fiscal.
Y, como nos advierte el profesor Blanco, la globalización ha puesto en cuestión la posibilidad de ejercer ese poder coercitivo del Estado porque ha disociado el ámbito de lo económico, que no tiene ya fronteras, del ámbito de lo político que se sigue ejerciendo en el marco del Estado nación, con algunas excepciones parciales como la que representa la Unión Europea. Y aun así, ésta se ha organizado fundamentalmente desde una óptica liberal y librecambista que da prioridad a la competencia frente a la cooperación, sin haber evitado el  recurso al dumping fiscal y social.
El libro representa un profundo análisis de estas cuestiones y por eso su lectura ha sido para mí una satisfacción intelectual. Escribir este prólogo ha representado un estimulante reencuentro con los debates en torno a los límites de la libertad individual y la solidaridad colectiva.
En sus apenas doscientas páginas Blanco consigue presentar un ameno paseo por la evolución histórica de este debate fundamental, empezando por la obra de Locke “Dos Tratados sobre el gobierno civil”, que se anticipa 80 años a la “Investigación sobre las naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” de Adam Smith (1776) considerada como la biblia del liberalismo económico, olvidando los elementos de pura socialdemocracia expuestos por el mismo autor. Y terminando con las reflexiones de  Stiglitz sobre la actual crisis y de Wilkinson y Pickett sobre los devastadores efectos de la creciente desigualdad en las sociedades desarrolladas.
Entre ellos nos ofrece esclarecedoras reflexiones, recurriendo en ocasiones a una selección especialmente relevante de sus propios textos, de los autores que han participado en el debate en torno a las distintas formas de organización social y en el nacimiento de la socialdemocracia como forma de combinar la eficacia productiva del mercado con las exigencias de justicia social satisfechas desde la intervención del poder político. Por las explicaciones del profesor Blanco aparecen, además de los ya mencionados autores, algunos muy conocidos y otros no tanto, como Arrow, Bentham, Beveridge, Berstein, Buchanan, Berlin ,Coase, Downs, Dohl, Friedman, Hayeck, Jevons, Lasalle, Mandeville, Mill (especialmente interesante una larga cita de éste en contra de la injusticia en la distribución de la renta), Nozick, Pareto, Pigou, Rawls, Samuelson, Sen, Schumpeter, Von Mises, Wolff, Walras, Wicksell, etc…
Es difícil introducir las reflexiones de tantos autores de forma amena y sin caer en un academicismo estéril ni en un fácil ejercicio de erudición. El profesor Blanco consigue este mérito poco frecuente en su libro.
El autor hace una muy interesante descripción de los fallos del mercado que justifican la acción correctora del Estado. Pero no cae en la complacencia de creer que ésta esté a su vez exenta de riesgos y nos hace un análisis igualmente interesante de los  fallos de la acción pública. Así nos advierte de que si “por razones ideológicas abrazamos sin recelo la utopía del gobernante omnisciente y bien intencionado, negándonos a reconocer las dificultades de la acción colectiva, estaremos condenando el Estado social y democrático a un fracaso tan seguro como el de las economías planificadas”. En nuestra realidad reciente e inmediata tenemos buenos ejemplos de lo que representa este riesgo.
Blanco persigue con su libro una gran ambición. La de demostrar que las políticas socialdemócratas son las más adecuadas no solo para repartir la riqueza sino también para crearla. El modelo socialdemócrata sería pues preferible al neoliberal desde el punto de vista de la eficacia tanto como desde el de la equidad, y no sería necesario apelar a razones éticas de “justicia social” para justificar la existencia y la intervención del Estado como agente económico.
Apoyándose en datos estremecedores sobre la pobreza en el mundo y la intolerable, y creciente, desigualdad, el profesor Blanco se plantea si el derecho a la propiedad privada es un derecho superior al de la educación, la salud o la alimentación. Una cuestión especialmente relevante cuando el desarme fiscal en el que han incurrido todos los gobiernos se combina con que en la UE el 9 % de la población, 43 millones de personas, sufran privaciones materiales severas. Un dato que sin duda está empeorado con la crisis.
Al analizar esta cuestión, el autor concluye que es establecimiento de impuestos sobre el patrimonio y las herencias son formas razonables de limitar el derecho a la propiedad en beneficio del conjunto de la sociedad, reducir las desigualdades  y de estimular el uso eficiente de los factores de producción. Una reflexión relevante en un país donde un gobierno socialista suprimió el impuesto sobre el patrimonio en vísperas de la mayor crisis económica de la democracia y varios gobiernos regionales han suprimido el impuesto sobre sucesiones.
Una idea central del libro del profesor Blanco es que la igualdad y la justicia social deben ser defendidas no solo por razones éticas sino también desde la eficiencia económica y el interés individual. Las referencias al trabajo de Wilkinson y Pickett sobre porque la igualdad es buena para todos y que las sociedades más igualitarias son también las que tienen una mayor calidad de vida, son especialmente interesantes para hacer frente a la tesis de que una mayor equidad solo se consigue en detrimento de la eficacia productiva
El libro no se limita a un análisis histórico/conceptual como la profusión de los autores referenciados haría temer. Por el contrario entra en el análisis de problemas de nuestro tiempo desde el fracaso en la lucha contra el cambio climático hasta el papel de las agencias de notación en la actual crisis financiera y del euro.
Pero donde más relevante es el análisis del autor es en los efectos de la globalización sobre las políticas socialdemócratas. El profesor Blanco no advierte de que la pérdida de poder de los Estados nacionales limita su capacidad de aplicar esas políticas. La competitividad que se exige a las economías desarrolladas no es compatible con la pervivencia del Estado social si la competencia se produce con sistemas fiscales, sociales y ambientales radicalmente distintos. Las empresas deben competir en igualdad de condiciones pero la globalización ha hecho que los que en realidad han entrado en competencia sean los propios sistemas sociales. Las importantes implicaciones de este asunto hacen sin duda que el análisis de esa “batalla desigual” entre el Estado y el capital globalizado merezca ser continuado en algún trabajo posterior. Sin embargo el libro tiene el valor de reconocer que “resignada en su impotencia, la socialdemocracia se ha adaptado a ese nuevo escenario en vez de enfrentarlo, y así ha confundido a su electorado y perdido progresivamente apoyo político entre las clases populares”.
Comparto plenamente su crítica  a lo que represento al tercera vía de Blair y su tesis de que la pervivencia de la socialdemocracia en un mundo globalizado pasa por que la autoridad, el poder de coacción, perdida por los Estados sea reemplazada por nuevas autoridades globales. Es decir, por hacer coincidir de nuevo el espacio de la economía con el de la  política. Porque sin una autoridad eficiente que corrija los fallos del mercado no es posible, como concluye el profesor Blanco, ni la cooperación eficaz, ni la estabilidad, ni la redistribución que construye la igualdad.
Bienvenido sea pues este libro, perfectamente adecuado al difícil momento que vivimos, escrito desde el rigor intelectual y el compromiso político, ambas cosas no deberían ser incompatibles, de quien aúna su condición de profesor universitario con el de ciudadano comprometido con la acción política.


Josep Borrell 

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